
Conocí a una chica hermosa, con una sonrisa cautivadora y aspiraciones que parecían haber salido de mi corazón. Llegué a imaginarla como mi compañera de viaje, alguien con quien cruzaría cavernas heladas y alcanzaría la cima de las montañas más hermosas en la tierra.
Este romance que volaba por mi mente se desvaneció en el momento en que ella me confesó que no estaba preparada para crear un vínculo con nadie. Despertar de este sueño me recordó algo esencial: las expectativas e ilusiones que tejemos sobre otros son bellas y válidas, pero son solo eso, posibilidades a las que no debemos aferrarnos.
No está en nuestras manos que alguien nos elija o que se comporte como deseamos. Solo nos queda amar sin apegos, desear la felicidad y libertad de los demás. Dejar que la vida nos sorprenda con gestos de amor sincero, con amantes que despierten nuestra fuerza y levanten las vendas que cubren nuestros ojos.
No es nuestra responsabilidad decidir quién nos amará. Soltemos todo apego y abramos espacio a quienes llegarán para quedarse.
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